martes, 3 de noviembre de 2009
Guajolota política
El neurobiólogo hizo la disección. Cortó con maestría en el estómago, sin que le temblara la mano. Era tal su destreza, porque se trataba de un robot de última generación, el Da Vinci. Afuera los fotógrafos de la prensa estaban expectantes. Por primera vez se abría el cerebro –extrañamente estos seres lo tienen cerca del estómago, una radiografía así lo indicó– de un político mexicano, entes que parecen vivir en su propia e inventada realidad y por eso actúan, de acuerdo con el Diccionario del Mundo Real, de manera estúpida. 'Estupidez: Torpeza notable en comprender las cosas'. ¿Qué lleva a un diputado a tomar decisiones que atentan contra quienes se supone representa? ¿Entienden los senadores el concepto traición a la patria? ¿Por qué al hablar creen que la gente de verdad se cree sus mentiras? ¿Dónde se encuentra la falla neurológica que los hace cantinflear cuando están ante un micrófono? ¿A qué se debe que varios se sientan faranduleros y crean tener la razón, sin miedo al ridículo? ¿Por qué piensan que los spot televisivos son suficientes para simular que hacen algo por la gente? ¿Por qué no tienen la capacidad del autoanálisis que los lleve a sentir un poco de vergüenza y rectificar sus errores más que evidentes? ¿Qué los lleva a los que son delincuentes a escudarse tras el fuero para continuar violando la ley? ¿Por qué cuando se les acusa de algo lo primero que hacen es hacerse las víctimas y los mártires? ¿Qué los lleva a olvidar las clases de civismo en la secundaria –los que alcanzaron este grado– o al menos los consejos maternos de no robar, no mentir, no abusar? ¿Qué líquidos cerebrales los lleva a sentirse orgullosos de lo que no hacen? ¿Cuál es la dendrita que los hace aumentarse el sueldo con todo cinismo e incluso robarse hasta el último peso de los privilegios que ellos mismos se dan porque cren que se los merecen? ¿Por qué les da sueño en horas laborales? ¿Por qué se creen 'honorables' cuando de todas las actividades productivas en el país su raquítico trabajo lo que menos tiene es honorabilidad? ¿En qué parte de su masa encefálica están sus escrúpulos? ¿Tienen un IQ? Las preguntas surgen por todos lados, unas tras otras. El mundo científico está a la espera del hallazgo. En todos los laboratorios los investigadores comentan la importancia del secreto que guarda la especie política, la búsqueda del gen del rezago. ¿Cómo es su cerebro?, es la gran interrogante, el misterio. Reporteros nacionales y de todas las agencias extranjeras murmuran frente a sus cámaras y micrófonos, listos en la sala de prensa para el anuncio. Adentro, en la de cirugía, los especialistas, incluido el robot, trabajan también con furor por resolver tan inquietante enigma. ¿Serán extraterrestres? ¿El eslabón perdido? ¿Un estancamiento en la evolución humana? ¿Una desviación divina tras el pecado de Adán? De pronto, el cuerpo médico sale con una mesa y sobre un plato lleva, cubierto con un papel, aquello que estaba en el lugar desde donde se gobierna el organismo mexicano, el sitio desde el que se procesan las decisiones, el centro del desarrollo de este país, la inteligencia visionaria, el mecanismo biológico que vela por el bienestar común, ¡una torta de tamal! En el Congreso, mientras tanto, un diputado que seguía por internet la transmisión en vivo desde su curul, con el antojo escurriéndole de la boca interrumpe la sesión donde se discutía el impuesto a respirar, para someter a votación quién quería una guajolota. Sin distingo de partidos, excepto las abstenciones de los ausentes, hubo consenso, mayoría absoluta. Alguien desde atrás, al calor de la agotadora sesión, pidió incluso un atole de vainilla. Los demás, también.
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