lunes, 27 de octubre de 2008

Caminata espacial


Cualquiera hubiera pensado que simplemente estaba invisible. Sencillo: su cuerpo no se veía, pero sus pisadas sí. Un fantasma quizá, de vacaciones en la playa. Pero no, más bien el cuerpo estaba extraviado con todo y sus pensamientos; las pisadas iban para un lado, las reflexiones por el otro. Aquel ser estaba partido en dos. Las huellas pedían un descanso y por eso escogieron un paradisiaco lugar, el resto de la persona había decidido permanecer en el espacio, ese en el que se flota y como no hay gravedad no se sabe si se está arriba o abajo, los días son más cortos y el paisaje es fascinante pero extraño. Partido en dos, porque no hay un consenso, ¿mejor tener los pies en la tierra –o en la arena acolchada con besos de agua caliente– o el cuerpo en flotación con todo y cerebro desorientado –frío insoportable, viento solar, presión extrema, temor? Parece fácil la disyuntiva. Sin embargo, la persona no encuentra sus pasos, el piso se balancea, flota en el cosmos de su propia incertidumbre, ha perdido la brújula, ¿la playa o el espacio?, ¿buscar a las huellas en el paradisiaco lugar o acoplarse al cuerpo en el espacio que no tiene ni pies ni cabeza? ¿Qué será mejor? Bueno, por lo pronto voy a pedir otro coco con ginebra, dormir un rato más en esta sabrosa hamaca, y otra nadadita. Creo que ya no quiero ser astronauta.