jueves, 12 de junio de 2008

El castillo de la fantasía


Ya no era el último reptil alado cubierto de escamas y ataque de aliento. El combate con el basilisco le quitó su poder de conjuros y los aires estaban muy altos para atravesarlos, por eso había que andar en las veredas en busca de un pegaso o del unicornio, que habían sido sus aliados. Centauros, cíclopes, dríadas, ents, hidras, licántropos, minotauros, nagas, ogros, orcos, trolles y sátiros copulando con ninfas se habían convertido en su nuevo mundo. Ya no medía 30 metros y ahora su piel era vulnerable. En la habitación más oculta del castillo que bajaba por las tardes de las nubes la princesa Elfa apretaba su pecho porque en él guardaba todo el amor que temblaba por desbordarse en busca del dragón. Lejos estaban en la mente del hoy hombre los siglos en que se levantó victorioso sobre las arpías, las esfinges, las estirges y los demás seres voladores que tenían envidia de su majestuosidad. Elfa escuchó su leyenda una vez que decidió dormir para traspasar al espacio de los sueños y unos enanos se lo dijeron. Así supo que debía esperarlo, su hermosa belleza se estremeció. El cancerbero, que se había enamorado de la princesa, la vigilaba con un ejército de pesadillas, sombras, genios, elementales, geargolas, golems y homúnculos. La batalla más encarnizada del hombre estaba por venir, pero antes debía pasar la frontera entre la mitología y lo fantástico; en uno de esos reinos estaba ella, la de los labios que esperaban el fuego para avivarlo, como estaba escrito en los libros mágicos de las brujas. “Algún día los enamorados se tocarán”, se alcanza a escuchar entre los susurros del viento que vive en los bosques, y en todos los mundos el ave fénix creará de nuevo al dragón y, fortalecido con los besos de su amada, combatirá a todos los seres subterráneos, entonces el castillo nunca más volverá a perderse entre las nubes. Habrá triunfado por siempre eso que el oráculo llama amor.

viernes, 6 de junio de 2008

Caballero de la noche

Al Caballero Nocturno le gustan las sombras porque son habitantes que no hacen ruido. Las ha visto saludarse con los fantasmas en alguna pared cuando las trepa en las noches antes de perderse en los resquicios de las damas que duermen desnudas. No se hablan cuando se encuentran, ellas piensan que él también lo es y vuelven a cerrar los ojos recostadas bocabajo dispuestas a recibirlo. En la madrugada sus pasos sobre la acera adormilada juegan a imitar su caminar en las fachadas con la luna como sereno y la neblina en la nariz. El adoquín bosteza y el viento frío también mete sus manos en la gabardina. El Caballero Nocturno quizá también sea una sombra. Ningún otro hombre lo ha visto, sólo hay una escalera que permanece erguida en el espejo luego del amanecer. Él es de la noche, compañero de los faroles, en el mundo de los que no duermen; se mueve despacio porque ya ha corrido, le gusta el silencio, ese que es roto por el goce de no ser visto.