jueves, 3 de enero de 2008
La función debe continuar
Alguien barre los pasos de la gente en la ciudad. Los marcianos llegaron ya pero con un ritmo de blues. Las almas han tomado las calles. Es otra dimensión, extraña, sobre las banquetas. El poco polvo de la escoba se hincha a todo lo que da porque tiene la oportunidad de jugar. Al viento urbano no hay nadie que lo detenga en su loca carrera. Ellas existen sólo en los sueños y ellos son poemas que el poeta nunca escribió. Alex Lora bebe tequila en un pequeño local de Insurgentes. Un perro negro y callejero vaga sin conciencia ni edad. Las piedras rodando se encuentran. Nadie las ve, pero la Malinche y la Llorona conversan en la esquina. En el sótano, las sombras del inframundo se deslizan sobre las antiguas calzadas de Tenochtitlan. La guerra ya terminó. Borola Burrón toma el sol entre tinacos y tendederos en una azotea. Los noticiarios no reportan heridos de bala ni apuñalados. Eolo, hijo de Hípotes y señor de los vientos griegos, patea una lata de refresco mientras en bermudas saluda a otros dioses en el Templo Mayor. El Patas, el Simón y el Enano, la trinca infernal, talonean en una micro y hoy no hay gandallas que provoquen a los Super Chizz. La ciudad no tiene actores, el público camina entre las butacas. Alguien barre los pasos de la gente en la ciudad. Alguien barre el escenario para la función de mañana.
miércoles, 2 de enero de 2008
El aliento del capuccino
El viento helado se ha llevado el aroma exquisito de aquel café capuccino. No emite ya el delicioso vapor del espresso cortado aunque mantiene intacta la espuma de leche con su copete de canela. Sus vahos calientes no forman aquella silueta que despertaba al sueño en una cama de hotel o empañaba los vidrios del auto bajo el parpadeo difuso de una torreta de policía. Ahora está frío, no quema la lengua ni emite el trinar de las burbujas al explotar en la boca; su calor se ha perdido entre la gente y el Metro. Ninguno es igual a ese capuccino que en tragos quemantes se diluía en la sangre cual droga para reverenciar. Su cuerpo perfumado ha sido único, servido en una copa de cristal, dispuesto a disfrutarlo con galletas. Hoy cada vez que el viento helado pasa corriendo, es difícil no buscar el aroma perdido en todas partes. La sangre de mi cuerpo lo pide. El café y las galletas esperan, sólo falta que llegue ese aliento que quema la lengua.
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