miércoles, 2 de enero de 2008

El aliento del capuccino

El viento helado se ha llevado el aroma exquisito de aquel café capuccino. No emite ya el delicioso vapor del espresso cortado aunque mantiene intacta la espuma de leche con su copete de canela. Sus vahos calientes no forman aquella silueta que despertaba al sueño en una cama de hotel o empañaba los vidrios del auto bajo el parpadeo difuso de una torreta de policía. Ahora está frío, no quema la lengua ni emite el trinar de las burbujas al explotar en la boca; su calor se ha perdido entre la gente y el Metro. Ninguno es igual a ese capuccino que en tragos quemantes se diluía en la sangre cual droga para reverenciar. Su cuerpo perfumado ha sido único, servido en una copa de cristal, dispuesto a disfrutarlo con galletas. Hoy cada vez que el viento helado pasa corriendo, es difícil no buscar el aroma perdido en todas partes. La sangre de mi cuerpo lo pide. El café y las galletas esperan, sólo falta que llegue ese aliento que quema la lengua.

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