
Has estado ahí entre el resto de estrellas, Venus. Cambias de cara y de sonrisa, pero es difícil no mirarte en el firmamento. Muchas veces hemos flotado en el mar, otras te has quedado a pasar la noche en mis ojos. Los mortales pensarían que siempre nos asomamos a la ventana juntos, pero a la diosa romana del amor no le gustan los moteles; adora levantar las orillas de su vestido blanco y girar por todo lo ancho del sistema solar mientras los hoyos negros, las nebulosas y los cometas se integran al ballet del lucero del alba. Entonces amanece en la Tierra y eres otra. Te causa una sonrisa la leyenda del conejo en la Luna. Gimes cuando un aliento de pasión se resbala por tu nuca. El pubis de las mujeres ha tomado tu nombre.

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