viernes, 16 de mayo de 2008

Una Venus para Júpiter


Has estado ahí entre el resto de estrellas, Venus. Cambias de cara y de sonrisa, pero es difícil no mirarte en el firmamento. Muchas veces hemos flotado en el mar, otras te has quedado a pasar la noche en mis ojos. Los mortales pensarían que siempre nos asomamos a la ventana juntos, pero a la diosa romana del amor no le gustan los moteles; adora levantar las orillas de su vestido blanco y girar por todo lo ancho del sistema solar mientras los hoyos negros, las nebulosas y los cometas se integran al ballet del lucero del alba. Entonces amanece en la Tierra y eres otra. Te causa una sonrisa la leyenda del conejo en la Luna. Gimes cuando un aliento de pasión se resbala por tu nuca. El pubis de las mujeres ha tomado tu nombre. La cuenta de los años luz se pierde en esa almohadilla adiposa, en el acolchado velloso que prefiero a la dureza de tu vientre de mármol que los griegos esculpieron cuando te nombraron Milo. Y es que no han sido pocos los que te han hecho suya, Botticelli, Velázquez, Giorgione, Tiziano, Rubens han estado entre tus amantes. Yo sólo callo cuando te refieres a todos ellos. Sé que a lo mejor pronuncias mi nombre Venus cuando te despojas de tu vestido blanco y te pones a bailar ese ballet que sólo termina en la madrugada, y rompes con gemidos el silencio del cosmos. Creo que nunca lo sabré.

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