martes, 20 de mayo de 2008
Tráfico alucinógeno
El asfalto de la avenida comenzó de nuevo a sudar una gelatina de anís que ralentizó a todas las máquinas; desde hace años ha inmovilizado a los ríos de metal que se deslizaban en las venas de la ciudad cuando no estaba enferma de colesterol. Otro día más, ya se está volviendo costumbre entrar a esos sueños desesperantes en que se quiere correr pero una energía extraña abraza a los músculos para convertirlos en piedra. Los informantes viales se vuelven uno: el tráfico está congelado. Quizá los extraterrestres han lanzado sus rayos de plasma para abducir a los urbanitas que desafían a las horas de la mañana. Ningún neumático puede girar y la nieve de la radio ya no da más señal de vida. Los seres se miran por los cristales antiasalto, unos parecen pensativos, el tiempo corre vía celular; los vehículos han caído en su propia desesperación. El silencio también se ha convertido en gel transparente que se suelta en los toldos, no hay rechinidos de balatas ni carrasperas en los mofles. Entonces, la intoxicación por adrenalina alcanza a las endorfinas, y tsunamis de placer oscilan en mi cuerpo, las muecas de impotencia se hacen carcajadas, los ojos están empañados, más que el parabrisas atacado por un adolescente-espectro armado con agua de jabón que dispara a bocajarro, voces articulan que hay gorditas de nata, un merenguero corre cuadro por cuadro, todo se mueve de manera gelatinosa allá afuera. El rojo del semáforo a lo lejos se escurre más despacio que el silbato del hombre de tránsito que mueve los brazos como si quisiera volar para escapar. El tiempo se hace ingrávido mientras las luces traseras del auto de enfrente se alejan y aproximan, de manera repentina otras veces despacio, en la lucha por un centímetro; la vía rápida otra vez causa psicodelia con el letrero que prohíbe ir a exceso de velocidad. Tras mis ojos cerrados París Hilton se acomoda un vestido de policía y camina con liguero negro. Algunos autos se convierten en botargas y se lanzan a correr por la banqueta. Han transcurrido quizá un par de minutos en esta esquina y de pronto un verde luminiscente, después de orinar, extiende su tapete de pasto sobre el diamante de los iris. Ahora es posible avanzar. Al abrir los ojos yo sigo en el mismo lugar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario