martes, 28 de julio de 2009

Tiradores


Fue de risa. La metralleta veía justo arriba de la nariz. Quizá tenía la intención de convertirme en cíclope. ¿En estos tiempos un cíclope?, si ni existen, es pura invención. Toda una hilera de balas estaban tomadas de las manos, recostadas sobre una enorme carrillera, en espera de su turno para ingresar a la recámara de la muerte y ser lanzadas por el percutor hacia mí, muchas, por si las primeras fallaban. De verdad, fue de risa. Ya habían destruido varias máquinas, a las que remataba el fuego. Fuego, lumbre, ardor, brasas, hogueras, combustión, incendio, quemar, todo en un compacto proyectil. Creo que es más difícil eso que crear a un cíclope. La tecnología de la destrucción permite hacer extrañas figuras ahora con mayor precisión. Tres ojos. Una pierna. La fuente de sangre. La danza del tableteo. El rompecabezas. Todo con la comodidad de un gatillo. Sólo le falta hablar. Es sensible, con un pequeño roce responde. Casi lo escuché decir, ¡cuando usté diga! Fue de risa. Ni siquiera le hubiera visto la cara a mi ejecutor, de todos modos qué caso tenía presentarnos. La educación ni las buenas maneras importan con una tartamuda en las manos. Ahora que lo recuerdo, fue de risa. Si yo hubiera levantado la mano para dársela, seguro de inmediato los disparos habrían sonado. En realidad estaban de más los saludos, las cortesías. Se convirtió en un duelo personal al estilo del viejo oeste. Fue de risa, no esperaba que yo tuviera el dedo más rápido.

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