jueves, 23 de agosto de 2007

Limusinas con chofer


Es el espíritu mexicano frente a la tecnología; los hules y mecates de cara al diseño aerodinámico. Es la energía calórica de los tacos de carnitas, los campechanos con salsa verde, los pambazos y las cervezas contra la electricidad y sus voltios. Es la dureza de las fortalecidas piernas por el futbol llanero ante las modernas baterías de nanomateriales. Es nuestra cultura y el resto del mundo; el sudar de la frente con lo único que tenemos, es decir, el propio cuerpo. Nada intimida a los hombres que cabalgan acompañados algunos por Kpaz de la Sierra o el contoneo al ritmo de las caderas de Shakira en sus pedaleos; seres hechos en el fragor urbano para responder en toda circunstancia y a cualquiera, a los inesperados cerrones de los microbuseros, el humo de los camiones o el intenso paso de la gente, en las mismas calles en que los aztecas jugaban a la muerte y la llorona flotaba con su escandaloso pesar . Su temple es de hierro, como los tubos de los vehículos que ruletean consumiendo kilómetros; sólo su piel es separada del mundo por una camiseta y un pantalón remangado que pone al desnudo los tenis 'Mike'. Por eso cobran caro, aunque el valor que se deba tener no sólo sea en monedas, pues ser temerario es un requisito, aunque en la Ciudad de México esta palabra es ya cosa que no sorprende. Sobre las calles no camina el miedo, ese se queda en las bendiciones y la persignada de la jefa antes de salir a la incertidumbre. No importa que llueva, que haya tráfico o se empareje un Mercedes, la autoestima es muy alta, están acostumbrados a soportar las frustraciones, ya no les hace mella que la Selección siempre pierda ante Estados Unidos. Son los bicitaxis de la enorme ciudad en que vivo, artefactos que forman parte del movimiento planetario, a pesar de que sus conductores no pasen el antidoping ni lleven licencia de conducir, o identificación de elector, o sus llantas estén lisas. Pero uno se siente, a pesar de los brincos por los baches, como en una limusina con chofer, en un Audi por el estruendo de las bocinas, o un turista que los sábados o domingos viaja observando desde los asientos de vinil y el aire en la cara un Distrito Federal extraño, semejante a La Habana, Berlín, o cualquier ciudad de China o Vietnam, pero aquí no deja de ser un deporte extremo.

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