jueves, 23 de agosto de 2007

Aún te puedo escuchar


El huracán se llevó nuestras palabras. No vi cómo las arrastró, pero en el noticiero dijeron que había causado muchos estragos. Yo te llamaba desde aquel lugar. Recuerdo haberte dicho que te quería, y que si venías iríamos a comprar zapatos. Ahora yo tampoco estoy en el teléfono, de hecho no hay nadie en las calles, y sí un poco de agua. ¿Recuerdas cuántas veces nos enamoramos a pesar de la distancia? Cuando Dean llegó yo me metí a las cobijas, sentí calor en mi cuerpo mientras afuera el viento aspiraba algo de nosotros. En su lugar imaginé tu aliento en mi pecho, aunque no habláramos, porque ya lo habíamos hecho. Luego, salí. El sol se había guarecido y no se decidía a regresar. Entre los escombros busqué todo lo que nos habíamos dicho, el aire frío aún movía mis cabellos, entonces te escuché, delicadas brisas con tu voz venían del fondo de la calle, me senté en el piso mojado y los latidos en mi corazón se detuvieron mientras cerraba los ojos. El timbrazo del despertador me hizo brincar, rápido me levanté y encendí el televisor; en efecto, el huracán ya había pasado en el transcurso de la noche, me puse la misma chamarra del día anterior y corrí a nuestra esquina, el teléfono estaba roto; pero me elegré, sí hacía frío y no había gente, lo bueno es que yo guardé tus palabras en el auricular.

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