martes, 7 de agosto de 2007

No a la maldita guerra


Hace 62 años, la madrugada del 6 de agosto de 1945, los 2,200 caballos de fuerza de los motores del bombardero estadounidense Enola Gay rompían arriba de las nubes la oscuridad de los cielos japoneses con Litle boy a bordo. Desde una de las islas Marianas volaría seis horas para llegar a su objetivo: Hiroshima. Un avión meteorológico ya se le había adelantado para confirmar las condiciones climáticas que no obstaculizaran el lanzamiento de la bomba, y en el trayecto dos naves escoltas acompañarían al B-52. Mientras la muerte se acercaba, en Hiroshima no había nubes y 140,000 personas habían despertado sin saber que horas después iban a morir, la mitad de la población de aquella ciudad. Las sirenas se activaron y después callaron pues el avión meteorológico se había retirado. El sol pegaba en los sauces. A las 8:15.17, a 9,357 metros de altura, las compuertas del Enola Gay se abrían y 4,000 kilos de carga nuclear caerían durante 43 segundos. Después, un hongo de fuego se elevaría 12 kilómetros y la onda expansiva correría a una velocidad de 335 metros por segundo, destruyendo todo a su paso. Las putas armas no deberían existir.

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