jueves, 22 de noviembre de 2007
El parte de novedad
El batallón de gritos rodea el objetivo, el coronel Ira ha pedido su cabeza, la respuesta de la otra parte también son vociferaciones, tantas que una densa neblina comienza a deslizarse sobre el resto de la ciudad, los proyectiles de ruido se confunden en el caos, el cuerpo de Ojos ha cargado sus misiles iris y los apuntan a los del enemigo, hay manotazos y las amenazas lacrimógenas han bajado en paracaídas al centro del combate, las fuerzas especiales Enojo y Rabia han también entrado a la acción, es una cruenta lucha en la que al parecer no se vislumbra un vencedor. Los rayos Amenaza son disparados con el dedo índice, al parecer no habrá un cese de hostilidades en corto tiempo. Los noticieros reportan la desaparición completa de los batallones Razón y Entendimiento, cada uno de ambos lados. La lluvia de lágrimas se confunde con los fogonazos de las lenguas sueltas, las frases hirientes causan llagas en el corazón de los contrincantes, los hechos no perdonados son dirigidos a destruir sin piedad, es zona de guerra. Un sesudo especialista en este tipo de enfrentamientos comenta que “el arma más letal es la energía de la estupidez que cuando pierde su rumbo se vuelve contra quien la descarga, explota en la cara, daña a quienes estén en el radio de la onda expansiva...” Entonces, lo increíble: alguien, quizá extraterrestres, ha lanzado desconocidos globos de colores y pompas de jabón que atrapan a las vociferaciones y a los gritos y a las lágrimas, y se desplazan a tal lentitud encima de ambos bandos, con una tranquilidad desconocida en nuestra galaxia, y dejan caer, quizá desde invisibles y gelatinosas naves extraterrestres, abrazos, besos, sonrisas, susurros de amor, guiños de ojos, saludos de mano, perdones, olvidos, que disipan todo, un armamento que jamás se ha utilizado en ningún campo de batalla en este planeta. Al otro día, una luz rodea la casa de la que se dispersó la riña. Adentro, un hombre y una mujer duermen después de haber hecho el amor.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Deidad del mar
Saliste de las aguas, ninfa, y piratas y náufragos han perdido sus barcos con la tempestad de tu aliento y los peligrosos vaivenes de tus senos. Ahora son piedra, tu mirada indiferente los ha dejado así, a tus pies, postrados para siempre en un hechizo que ningún hombre puede romper por temor a perder los sentidos con tus formas, mientras tú te dejas acariciar por el viento, ese amante con el que dicen las leyendas que esperas la noche para zambullirte entre los sueños. En los siete mares se hablaba de ti, los primeros navegantes lo decían, las olas lo advertían, las sirenas con busto de mujer y cuerpo de ave lo cantaban, el aire estaba agitado. Yo tampoco tengo barco, pero aún respiro a pesar de mi piel petrificada, y abrazo un arma muy superior a la ballesta, el arco y el yelmo para arriesgarme a alcanzar tu cuerpo y leer en él, con la luz de la luna, los antiguos secretos que guarda; una que me hace inmune a tu fascinación: yo ya no puedo sentir amor.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
Ojos y entrepierna
Joseline Ingabire perdió la sonrisa en el cajón de su memoria y tiene la mirada triste, cargada de los horrores del genocidio en Ruanda que entre abril y junio de 1994 dejó 8,000 muertos. Ella, de la etnia tutsi, no perdió la vida, pero milicianos la violaron. El fotógrafo israelí Jonathan Torgovnik la retrató con sus hijas afuera de su casa de paredes de barro, y con esta foto ganó el primer premio de la National Portrait Gallery de Londres. Abajo, en bata, una amiga de la fotógrafa argentina Julieta Sans en un departamento de Buenos Aires, imagen que obtuvo el segundo lugar. Para el concurso la galería londindense recibió 6,900 retratos de 2,700 fotógrafos de todo el mundo.
martes, 6 de noviembre de 2007
Deporte blanco
Las abejas muertas
La última vez estaban en una iglesia donde se habían refugiado. Un pequeño inconveniente de los rezos es que no blindan contra las balas. Así fueron cayendo, de rodillas al piso, niños, adolescentes, mujeres –algunas embarazadas– y hombres, 45 en total. Hoy, casi diez años después, sus rostros tzotziles miran desde las paredes aún sin comprender qué pasó aquel lunes 22 de diciembre de 1997. Las plegarias en Acteal, municipio de Chenalhó, Chiapas, fueron rotas a las 10:30 de la mañana por casi un centenar de 'paramilitares' –término muy relacionado con la impunidad de pequeños ejércitos caciquiles tolerados por el gobierno– de la organización priísta Máscara Roja, quienes durante seis horas y media atacaron con machetes y dispararon a miembros del grupo comunitario Las Abejas, simpatizantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Policías que estaban a 200 metros no hicieron nada por impedirlo. Muchos funcionarios tampoco. Del ejército se dijo que incluso varios soldados participaron. La indignación aún está en el aire, y muchos de los responsables se pasean muy a gusto en este México en el que los muertos son los autores materiales e intelectuales de sus propios crímenes, según dictamina la prostituida señora Justicia. Sin embargo siempre queda la esperanza: ya les caerán los enjambres de fantasmales abejas a los violadores de derechos humanos.
lunes, 5 de noviembre de 2007
El Edén y las aguas sucias
Con costales de arena –por supuesto es una metáfora– el gobierno de México enfrenta la inundación de la mayor parte de Tabasco y otro tanto de Chiapas. Más que el agua de los ríos, lo que no termina de desbordarse es la ineptitud. Las autoridades dicen que el problema es el cambio climático, pero la corrupción ha ocasionado que no se lleven a cabo obras de regulación hidráulica, o siquiera existan sistemas de alerta temprana ante un fenómeno que puede ser previsible. La Oficina de Estrategia Internacional de Reducción de Desastres de la ONU confirmó que la tragedia pudo haberse evitado. Ya con las aguas en el cuello, el secretario de Gobernación sólo alcanzó a decir que “el evento nos rebasó a todo el mundo, y por eso tenemos todos que estar trabajando con toda intensidad”. Ahora, mientras la sociedad se moviliza para continuar su apoyo solidario, muchos políticos no dejan de llevar agua del río Grijalva a su molino o, diría la abuela, a su milpita.
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