miércoles, 21 de noviembre de 2007
Deidad del mar
Saliste de las aguas, ninfa, y piratas y náufragos han perdido sus barcos con la tempestad de tu aliento y los peligrosos vaivenes de tus senos. Ahora son piedra, tu mirada indiferente los ha dejado así, a tus pies, postrados para siempre en un hechizo que ningún hombre puede romper por temor a perder los sentidos con tus formas, mientras tú te dejas acariciar por el viento, ese amante con el que dicen las leyendas que esperas la noche para zambullirte entre los sueños. En los siete mares se hablaba de ti, los primeros navegantes lo decían, las olas lo advertían, las sirenas con busto de mujer y cuerpo de ave lo cantaban, el aire estaba agitado. Yo tampoco tengo barco, pero aún respiro a pesar de mi piel petrificada, y abrazo un arma muy superior a la ballesta, el arco y el yelmo para arriesgarme a alcanzar tu cuerpo y leer en él, con la luz de la luna, los antiguos secretos que guarda; una que me hace inmune a tu fascinación: yo ya no puedo sentir amor.
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