martes, 1 de abril de 2008

Remolinos en el mar

El capitán pirata aprendió que no debe nunca dejar su barco a menos que, con los cañones encendidos y al grito de abordaje, sea para hacerse de un botín. Ha atravesado el vapor de los mares, visto a Caronte conducir a las almas por los ríos del Hades, enfrentado gigantes pulpos y monstruos infernales, bebido sangre y comido corazones con la muerte, vagado entre las tinieblas y los esqueletos, sitiado innumerables poblados del inframundo, peleado con otros fantasmas y muertos vivientes de bandera extraña. Pero un día se encontró con el legendario Errante. Hermoso, flotaba silencioso en las aguas, púrpura entre la noche, deslizándose casi sin mojarse, con la pleitesía del inmenso mar, las estrellas calladas ante su majestuoso paso, las velas blancas sacudiéndose en deliciosa cadencia por el aliento de Poseidón, entonces un suspiro traicionó al bandido, y por ahí la maldición se apoderó de su cabeza; emparejó su embarcación y saltó con la espada metida en la vaina, Errante recibió sus botas altas con un rechinido que encogió a todas las tumbas, tomó el timón y sintió que estaba hecho para él, la vieja madrugada, alarmada, desperezaba las aguas; la Luna se había montado en una nube para escapar de la catástrofe que presentía. Otro suspiro se extravió entre la neblina. De pronto, el Errante se desvaneció, ya no estaba, y el capitán pirata se encontró de nuevo en su barco, al que desconoció. Varios días y noches transcurrieron con el Espanto estacionado, impávido, con el ancla fuera del mapa y de las brújulas de este mundo en espera del otro fantasma, para abordarlo desarmado, hasta que el Errante apareció de nuevo, en la puerta de la penumbra. Un remolino se formó con los suspiros prisioneros del asaltante del mar. Así pasaba cuando sus ojos se encontraban con el fantástico espectro en medio de la nada. El pirata había dejado volatilizar su espíritu aventurero y la calavera con dos tibias, hecha para infundir miedo, ya no era negra, ni roja, sino rosa. Y cada vez más tiempo pasaba acariciando el timón del Errante cuando su gastada madera emergía de las profundidades abisales. Sin importarle el giro de la Tierra, esperaba en el mismo lugar. Abandonaba su embarcación para subir a la otra. Hasta que una noche el Errante ya no apareció más; del feroz y temido capitán pirata sólo quedaba un hombre sobre un barco, ambos solitarios, desprotegidos, a merced del vértigo de las aguas terriblemente tranquilas. Desde entonces el espíritu del asaltante de los mares tripula al Errante en otra dimensión. Espíritu y pirata están separados. Hoy es posible ver una embarcación que flota a la deriva entre la neblina mientras el esqueleto de un hombre yace en el camarote. Nadie se atreve a acercarse, los más temidos filibusteros, corsarios y bucaneros observan a lo lejos cuando lo encuentran. Esperan que aquella mujer de encantadora sonrisa y aretes de cobre le regrese lo que sin saber se llevó.

2 comentarios:

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