jueves, 17 de abril de 2008
La locura del artista
La inspiración terminó por trastornar al artista. Bebió whisky, usó sus dedos para arrancar la luz con que te dibujó, los hielos se derritieron en su boca. Yo lo vi embriagado tropezar con sus propias piernas. Zigzagueante, como los trazos rápidos que daba solitario en el estudio apenas visible de la calle Ilusión. Murmuraba no sé qué, nada tenía sentido, pero sus manos apretaban el pincel como para que no te fueras. Era su principal temor. De pronto, se espantaba cuando los faros de los coches de la madrugada disparaban haces que recorrían las paredes de su locura. Rápido tomaba el lienzo con la otra mano para que nada te desvaneciera de él. Tú por momentos adquirías la forma que siempre habías tenido. En la tela también te desaparecías. La botella volvía a llenar el vaso, los dedos excitados por recorrer tu cuerpo desconocido agitaban el líquido, que caía al suelo y dejaba escapar el aroma que lo terminó de perder. Así pasó la noche, imaginó recargar su cabeza en tus senos, poner sus labios en tu vientre. Al otro día, cuando amaneció, yo vi el lienzo blanco y al artista sin pulso, el corazón le había jugado una broma. De hecho, el viejo parecía que sonreía antes de convertirse en pincel. Eras demasiado para su imaginación. Los hielos se hicieron agua. La calle se borró. El artista fue por otra botella para volver por ti.
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