jueves, 7 de junio de 2007

Te vi de nuevo


Escuchaste mis pasos que desmoronaban los pequeños pedazos de ladrillo a pesar de que yo también estaba descalzo. No teníamos nada, ni noche, tu piel se mantenía caliente sobre esa silla, la podía sentir desde la puerta, a pesar de que en realidad tampoco existía. Me esperabas desnuda mientras los instantes, hambrientos, se comían las paredes y se entretenían atrapando tu respiración como los niños corren tras las pompas de jabón. Los cuartos no habían resistido la espera y se habían secado con los rayos de afuera, los ruidos del mundo que se escondían en las cicatrices de cemento y sé que a veces salían porque se desesperaban. Tus ojos hurgaban lo que no había para encontrarme. Entonces me detuve. Todavía tengo esa imagen tuya con los pechos gritándome que los mordiera, los oí muy bien, se levantaron para buscarme y su ansiedad se abrazó con la mía porque yo también los deseaba. Pero tú mantenías la calma, sentí celos del sol que aprovechaba la falta de techo para lamer tus piernas y tu sexo. Ya no pude avanzar más. Había salido no sé cuánto tiempo antes con la idea de regresar lo más pronto posible para sentarme junto a ti, pero el allá afuera me atrapó. Me daba cuenta que estaba descalzo y no sabía si yo también estaba desnudo. No me importaba nada más que tú, por eso regresé cuanto pude. No quería despertarte, pero los escombros en el suelo me delataron. Te mantenías atenta como antes para que te besara y tembláramos entre los fantasmas de un solitario quinqué en un escalofrío que nutría de vida esas paredes blancas, era el amor que aún te mantenía en la silla a pesar de que el resto podía caerse. Yo tenía mi corazón en la mano, su frío me escurría entre los dedos. Por eso ya no avancé. Pero te sigo amando, aunque haya muerto.

No hay comentarios: