jueves, 24 de mayo de 2007

Aquel espejo


Te veías al espejo. Me pareció increíble que hubiera dos de ti, no podía entender cuál era la real, o a lo mejor ninguna. Quizá sólo lo soñé. Después fue tu perfume el que me informó quién eras tú. Lo supe cuando besé tu sexo. Pero antes lo único que deseaba era mirarte, eran seis ojos y tuve que recorrer el color de tu piel para encontrar los míos. Yo sé que a ellos les gustas tú, porque a mí también. Cuando te apareces me dejan para ir a jugar con tu cabello, resbalar por tu espalda, perderse entre tus nalgas. Y es que cuando te veías al espejo el tiempo también se detuvo a contemplarte. Sentí celos, no lo niego. Por un instante no supe qué hacer, hasta que le pedí que continuara y entonces pude parpadear. Tu cuerpo estaba en cada uno de mis ojos, sólo para mí. Pero luego la luz... Me hirvió la sangre al descubrir que no habíamos quedados solos tú y yo por completo. Ella también te miraba, en ese cuarto siempre había alguien más. Creímos que el mundo había quedado afuera, que nada de él entraría en nuestro secreto. Nadie lo debía saber. Tal vez por eso te veías al espejo, te llamó la atención que otra figura se moviera en aquel espacio donde se supone que únicamente debería haber dos cuerpos, no tres. ¿Reconociste a la otra mujer? No lo sé, tu boca lo más que emitió fueron gemidos. Esa imagen se quedó mirándonos cuando te subiste a mi cuerpo. La alcancé a ver, y eso me excitó más. Movías frenética tu cintura sobre mi pene. Después todo se apagó. Cuando abrí los ojos, ya no había nada. Tu mirada de inocencia, esa que se había quedado en el espejo, se lo llevó todo. Por suerte, luego el tiempo me regaló aquel instante que se robó cuando te vio mirándote. Ahora sé que ninguna de las dos imágenes de ti es real. Quizá sólo te soñé, no entiendo, porque aún está el perfume de tu sexo.

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