miércoles, 30 de mayo de 2007
El regreso a Macondo
A la ventanilla de pronto se asomaba el olor de las guayabas, y en las curvas, allá adelante, se podía ver entre los platanales y una distante serranía nevada a la máquina del gusano con copete de vapor, mientras en el vagón las risas y el ruido de los fuelles apenas dejaban espacio a la emoción del escritor. Lo esperaban las calles polvorientas, anegadas de calor, de Aracataca, que hace 80 años atestiguaran su nacimiento y 40 después, en las páginas de Cien años de soledad, vieran pasar a la familia Buendía, llegar a los habitantes del otro lado de la ciénaga, a los gitanos que visitaban el pueblo con los nuevos inventos, y a las pestes del insomio y del olvido. Desde 1983, un año luego de recibir el Nobel de Literatura, García Márquez no pisaba ese escenario, el lugar más parecido a Macondo, que inspirara su famosa novela. Por eso había que estar feliz. Tan sólo en marzo pasado, durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española en Colombia, Cien años de soledad fue considerada la segunda obra más importante en español, después del Quijote. Salió a la luz en 1967 y ha sido traducida a 35 idiomas. El problema es quizá dónde dormirá Gabo esta noche, pues su casa ya no se parece a la de su infancia y, además, es un museo.
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