lunes, 22 de octubre de 2007

Coyotes de cuatro ruedas


Ellos alcanzaron el Pico del Águila, y desde el Ajusco pudieron ver la inmensidad de su proeza. Abajo, sobre ocho silenciosas ruedas los Coyotes rodeaban el Castillo de Chapultepec para entrenarse; yo los vi alejarse sincronizados bajo la luz de la tarde hace unos 20 años. Eran organismos humanos relativamente desarrollados en tiempos en que la cibernética presumía al Hombre Nuclear. Aquella piel azteca se despojaba del penacho y los atuendos ceremoniales, para colocarse el traje de licra azul cielo con rayas blancas a los costados; calzaban patines de cuatro ruedas porque los de línea apenas se diseñaban. Todas las tardes en la antigua Milla, en una banca de cemento que ya no existe frente a Los Pinos, se reunían como otros patinadores lo hacían en otros países. México tenía a estos guerreros que sobre sus máquinas caseras recorrieron Calzada de Tlalpan, Insurgentes hasta Cuemanco y regresaban jugando al pañuelo en plena calle, en medio de los autos. Así fue como los conocí, hoy no sé dónde están la mayoría pero aún escucho el siseo de sus correcaminos naranja cuando paso a un costado del circuito de Ciudad Universitaria o en cualquier sitio, con sólo cerrar los ojos y sentir correr la adrenalina. Ellos me diseñaron, como lo hicieron con ellos mismos, y con sus patines. Ahora, en que nuevas generaciones rompen en Ciudad Deportiva el viento con sus ruedas de línea, yo me divierto con los T-rex, al fin que ellos y yo ya no existimos.

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