lunes, 22 de octubre de 2007

Escribir en tu piel


Yo no puedo escribir y observarte al mismo tiempo. O me siento en la vieja silla de madera, a dejarme mecer por el vaivén de mis respiros, las caricias de tu aliento dormida, el mundo real allá afuera, en el pasillo donde fuma la luna, o me dejo caer en el sofá a contemplar tu desnudez, las formas de tus caderas cuando caminas sobre la alfombra descalza, tu pubis que me sonríe. Por supuesto que disfruto tu lengua cuando es amable, entonces se mueve dispuesta a jugar, la sonrisa corre y ella la sigue hasta atraparla, después en mi vientre ambas se enredan con los escandalosos espasmos que anteceden a la luz de los rayos en las noches lluviosas. Pero al despertar no sé si estoy de pie, sólo veo en las penumbras la vieja silla de madera y en el pasillo alcanzo a oír los bostezos de la luna. No he podido imprimir una sola letra en la hoja que desde aquí veo, mi mente quizá está más blanca todavía, Tú, encima, te mueves frenética mesiéndote los cabellos y con tu pecho que escurre, yo no puedo explicar dónde estoy. Unos gemidos que se dejan caer sobre mis párpados me hacen terminar de cerrar los ojos. El mundo real se ha desvanecido. De pronto, una luz divina te enfoca, estás ahí, te has levantado de la hoja blanca llevándote algunas letras, no dejas de ser un ser fantástico, tu pubis de nuevo me sonríe, esta vez no te vayas como lo has hecho antes, al menos déjame leer qué fue lo que escribí.

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